Un festival de música
independiente en Golden Gate Park. Campos abiertos, hippies, proto hippies,
hipsters de gafas obscuras y gorros de peluche y el chico de pantaloneta verde
limón fosforecente, banderas y flores y al atardecer Arcade Fire…
Estoy en el otro lado de la cerca, jóvenes como squatters
rondando y los polícias a caballo están al acecho.
Conozco a Garret trepado en un árbol, desde ahí la vista a
uno de los escenarios. Lo acompaño, compartimos, convivimos. Conozco a sus
amigos, todos tomamos soda con alcohol mientras ideamos la estrategia para
entrar ilegal.
Nos unimos a una turba de descontentos que aumentaba hasta
que se arremete contra la maya y como turba, manada o estampida, cruzan al otro
lado. Entramos, los policías atrapan a unos cuantos y los demás nos
dispersamos.
Ahora me encuentro solo y observante entre la multitud. Es
interesante como se comportan. Los hombres blancos mueven la cabeza pero no se
menean, respetan el espacio personal, no empujan, no gozan, ni gritan, son muy
educados y quietos, hasta aburridos. ¿Dónde está la vida? Que jóvenes más
adultos y domesticados.
Quise hacer un experimento y me puse a brincar y bailar la
música, quise hacerme electricidad. Despertando a los zombis de mi alrededor y creando otra sinergia y
relación. Funcionó.
Es de noche, hay largas filas en las calles de jóvenes buscando
transporte de regreso. Luego de una larga marcha tomo un bus en dirección al
centro. Hay un joven blanco y borracho que intenta comunicarse con el chofer
del bus que es salvadoreño, quiere bajar en Leavenworth o Ofarrel pero no se
entienden. El muchacho se molesta y se queja con otras chicas blancas del servicio
tomado por los migrantes y me dice “estamos aquí” y se baja indignado.
Las casas victorianas, los ciclistas, la neblina y en mi
cabeza la canción Haiti de Arcade Fire.